Este relato lo escuché hace muchos años de mi amiga Susan, quien actualmente reside en el distrito de Barranco.
Ella me comentó que cuando era niña (década de 1950), su abuela paterna (a quien nombraré Raquel) solía contarle historias sobre su familia, algunas divertidas, otras tristes, incluyendo relatos misteriosos, uno de los cuales decidí escribir.
La abuela quien también nació y vivió en el distrito de Barranco, en una casa cercana a la Plaza Municipal, comentó que a comienzos del siglo XX el balneario no tenía muchos habitantes, ni siquiera existía servicio de agua, todo era suministrado mediante pozos, pero a pesar de la escases de agua, los jardines alrededor de las casas y de los pocos parques barranquinos siempre lucían hermosos.
Pero también era frecuente que algunos visitantes y vecinos con pocos recursos solicitaran les brinden algo de agua.
La abuela Raquel recordaba que cuando tuvo 7 años la familia se mudó al distrito de Jesús María, también a una linda casa con plantas y flores, sin especificar el nombre de la calle, pero al parecer en dicho distrito sí existía el servicio de agua dentro de las casas.
Ella acostumbraba jugar con sus muñecas en una zona del jardín exterior, hasta que un día de verano percibió que una niña se acercaba deteniéndose en el pequeño muro de la casa para solicitarle le entregue un vaso con agua.
Por aquellos tiempos ya existían algunos grifos de agua en los muros de las casas que estaban al alcance de los caminantes, porque no existían rejas que impidieran el paso, por ello le llamó la atención que la niña le solicitara agua en vez de abrir el caño y beber desde ahí.
Normalmente las personas sedientas se acercaban al caño, lo abría y bebían lo que quisieran, pero este caso parecía particular.
Aquella niña tenía un rostro muy triste, además por su vestimenta parecía ser de una familia con pocos recursos, quizá tenía dudas de tocar algo que no le pertenecía, ante esa situación Raquel llamó a la empleada de la casa para que le traiga un vaso con agua y se lo entregue a la pequeña visitante.
La situación se repitió varias veces durante ese verano, por lo que Raquel pensó en que realmente lo que deseaba la niña era jugar con sus muñecas, y ante la supervisión de su nana, la invitó a la extraña niña a jugar con ella en el jardín ubicado en la zona exterior de la casa.
La abuela recordaba que al menos durante tres veranos fue visitada la misma niña, la cual se acercaba de una manera natural a jugar con ella y sus muñecas, y que sólo eventualmente le solicitaba agua. Hasta que empezó a notar que aparecía vestir el mismo traje y zapatos, no usaba sandalias a pesar de estar en verano, y también aparentaba mantenerse en la misma estatura y también edad, alrededor de 7 años.
Esas características en la extraña niña que jugaba con su hija, empezó a preocuparle a la mamá de Raquel, quien ya se había percatado de aquella presencia, y sobre todo que la niña siempre estaba sola a pesar de su corta edad, lo que si escuchaba era que acostumbraba llamar con el nombre Ana.
Una tarde cuando la madre de Raquel le preguntó sobre si sabía algo más de "Ana", Raquel le dijo que ni siquiera sabía su nombre, que la llamaba "Ana" por comodidad.
Unos años después la familia regresó al distrito de Barranco, pero a otra residencia.
A mediados del siglo XX, Raquel contrajo matrimonio, y la pareja decidió mudarse a aquella casa donde nació, muy cerca al parque Municipal.
Habrían pasado unos 20 años desde la última vez que vio a la niña que le solicitaba agua, en el distrito de Jesús María, hasta que un día saliendo de su casa le pareció observar a otra niña con características similares, esta vez muy cerca a su puerta principal.
Ese día ella estaba sola en su casa, era domingo, sus hijos habían ido a la playa con su esposo, y el personal de servicio estaba de descanso, pero como casi todas las madres, Raquel esperaba impaciente la llegada de su familia mirando por la ventana para ayudarlos a descender del vehículo con facilidad, hasta que escuchó la voz de aquella (aparentemente nueva niña) solicitándole un vaso de agua.
Raquel se confundió ante ese pedido, recordando a la niña de la casa de Jesús María, aunque habiendo transcurrido más de 20 años, no era posible que la apariencia fuera tan similar.
Ante el pedido, Raquel ingresó a la casa y regresó a la vereda con un vaso con agua, la cual la niña bebió totalmente, agradeciendo el servicio sólo con una breve sonrisa, la menor empezó a alejarse caminando despacio, justo en el momento en que llegaba su esposo e hijos; algo indecisa optó por ingresar porque debía preparar el almuerzo, pero se quedó pensando en aquella extraña coincidencia.
Transcurrieron algunas semanas, y otro domingo por la tarde en que toda la familia regresaba de la playa, notó que parada en la vereda, muy cerca la puerta de su casa estaba la misma niña, con la misma actitud, el rostro de tristeza y la cabeza agachada, casi la misma ropa y en posición inmóvil.
Raquel descendió del vehículo, abrió la puerta de la casa y trató que sus hijos ingresaran rápidamente, sin realizar mayor comentario ni decirle nada a su esposo, volvió a salir dirigiéndose hacia el lugar donde se encontraba la niña, con un vaso con agua, líquido que fue bebido inmediatamente por la pequeña.
La actitud fue de un nerviosismo absoluto, mientras su esposo se mantenía en el umbral de la puerta para averiguar que estaba sucediendo, hasta que se acercó a su esposa parada a unos metros, preguntándole:
¿Para quién es ese vaso?
Refiriéndose al vaso de vidrio que estaba vacío pero en las manos de Raquel, quien no recordaba en cual momento la niña se lo devolvió, sólo que lo tenía entre sus manos.
Ambos volvieron al hogar, y ella aprovechó para comentarle la historia a su marido, el simplemente la escuchó, diciéndole que tuviera cuidado.
Aparentemente la niña volvió a presentarse varias veces muy cerca al muro de la casa barranquina, apenas Raquel la veía, le entregaba un vaso con agua, hasta que un día le decidió preguntar su nombre, la niña le dijo que su nombre era Margot, pero que podía continuar llamándola Ana, pero lo más confuso fue que justo en ese instante la niña desapareció.
Al tratar de convencer a su esposo sobre aquella situación, él intuyo que tal vez lo mejor era mudarse de casa, pero Raquel aseguraba que aquella niña la seguía a ella, no a la casa.
Mi amiga Susan, insistió en relatarme la historia, por un evento que ella presenció a finales de la década de 1980, viviendo todavía en Barranco, pero en una casa distinta y alejada a la de su abuela Raquel.
Un día domingo de verano en que Susan regresó a su casa después de estar en la playa Barranquito, creyó ver a una extraña niña parada a unos metros de la puerta principal (esta vez una fachada con un muro y unas rejas de casi dos metros de alto, colocadas como protección), momento en que recordó las historias de su abuela.
Apenas ingresó a su hogar preguntó si alguien conocía a la niña parada en la vereda.
Ese día estaba de visita su abuela, doña Raquel, quien se levantó rápidamente del sillón y se dirigió hacia la calle, y al descubrir que era la misma niña, sin necesidad de escuchar la solicitud por un vaso con agua, ingresó a la cocina, llenó un vaso con agua y volvió a salir a la calle.
Su familia salió tras de ella, y notaron a doña Raquel con el vaso de agua vacío, pero sólo mi amiga Susan vio que junto a ella estaba aquella niña, todos los otros miembros de la familia se preguntaron qué hacía en la vereda con ese vaso entre sus manos.
Doña Raquel volvió a relatar la historia de la “niña que solicita agua” a toda su familia, evento que le había contado a su nieta Susan hacía casi 40 años.
Fotografías Derechos Reservados
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