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domingo, 1 de noviembre de 2009

El bisnieto escocés


Al escuchar la experiencia de otros seres, uno puede imaginar lo que sería vivir otras vidas, y/o alejarse de ellas, si se trata de historias de posesión.

Las historias de personas u objetos poseídos son muy frecuentes, en especial cuando intervienen recuerdos.

El bisnieto escocés


El inicio de esta historia al parecer ocurrió en una antigua residencia barranquina, aquellas amplias casas con jardines exteriores, siendo el protagonista, un caballero de unos 75 años de edad, a quien nombraré Walter, nacido y estudiado en el balneario, pero que las últimas décadas se había mudado al distrito de San Isidro.

A principios del siglo XXI, mientras ambos visitábamos el distrito de Barranco, empezamos a conversar sobre este hermoso lugar, la poca diferencia en las edades nos hizo coincidir en que compartimos muchos espacios, hasta que le comenté sobre los duendes y las casas misteriosas de nuestro barrio, quizá por ello decidió relatar esta historia de posesión.

Empezó diciendo que sentía que tenía una vida paralela, porque a pesar de ser un ciudadano de la década de 1940, el sentía que su vida también se desarrollaba durante el siglo XIX.

Dijo que se sentía un ciudadano inglés, porque a pesar de haber estudiado en un colegio con enseñanza en ese idioma, desde pequeño había descubierto que lo hablaba de una manera muy fluida, siempre obtenía muy buenas notas, a pesar que en su casa no había nadie con quien practicarlo.

También recordaba ciertos detalles en la edificación de la casa donde había vivido, quizá porque había nacido ahí, pero las referencias se remontaban a los momentos de su edificación, asegurando la razón por la cual cada ambiente debía estar en esa ubicación, que temas relacionados con el viento y la luz del sol habían sido condicionantes, lo cual debido a su edad eso era imposible, pues el predio fue edificado a finales del siglo XIX, mucho antes que hubieran nacido sus padres.


Lo curioso para mi, fue que durante su conversación varias veces modificaba el tono de su voz, algunas veces muy pausado en otras acelerado, como si fueran dos personas o que tuviera urgencia de relatar su historia; cuando se lo hice notar, dijo que se había dado cuenta, pero que no lo podía evitar.

Algunos de sus relatos se relacionaban con el origen del mobiliario de aquella casa: muebles, adornos, espejos, pero lo que lo confundía es tener recuerdos sobre el nacimiento de su única hija, lo cual lo desconcertaba aún más porque él tiene dos hijos varones y ninguna mujer.

Pero el detalle que lo atormentaba, tanto en sueños como en cualquier momento del día, era que nunca le había entregado a su hija las joyas de su fallecida esposa, las cuales habían guardado en un lugar secreto, zona que no recordaba, porque al parecer la casa donde nació había sido modificada, pisos cambiados, muros derribados y nuevas paredes para otras habitaciones.

Aunque su mente eran recurrente las palabras “el umbral de la puerta”, que según él asociaba con las supuestas joyas.

En ese momento culminamos la primera conversación (nunca planificada), y mantuve esa historia como un recuerdo.


Sin embargo, años después, las circunstancias motivaron volverlo a ver, pero ahora en San Isidro, estaban celebrando el cumpleaños de un amigo común, y yo asistí sin saber que Walter también era amigo del festejado.

Este aprovechó para continuar aquella conversación iniciada tiempo atrás, pero ante la presencia de su esposa, yo traté de mantener la conversación para ambos, procurando que ella me otorgue algo de información sobre: ¿a qué se refería al decir que las joyas estaban en “el umbral de la puerta”?, su esposa respondió que tampoco entendía nada, pero que el comportamiento de su marido había sido muy inestable los últimos años, frecuentemente hablaba como si residiera a finales del siglo XIX, sobre todo en la parte en que evocaba que a se había batido a duelo de espadas un par de veces, y había salido triunfante, lo cual le parecía muy jocoso.

Walter con una sonrisa trató de aminora la tensión de la conversación, y comentó que su deseo era volver a visitar su antigua casa en el distrito de Barranco antes que la demuelan. El antiguo predio había sido vendido, y posiblemente pronto sería convertido en un edificio, aparentemente estaba deshabitado e ignoraba quienes eran los nuevos dueños, por ello no tenía acceso a ingresar.


Hace unos meses después volví a encontrar a Walter, esta vez en el distrito de Barranco, me relató que tuvo suerte, y el vigilante del predio le permitió ingresar a su antiguo hogar, aunque sólo hasta la sala, pero en un instante de descuido logró llegar a la habitación donde nació, la cual estaba muy distinta, no existían los decorados en las paredes, los techos eran lisos, y complicados cableados estaban mal distribuidos, cuarto al parecer ocupada por el vigilante.

Fueron sólo algunos minutos que tuvo la oportunidad de buscar aquel “umbral de la puerta” que resultó siendo la puerta de un antiguo ropero que aun formaba parte del mobiliario, el cual estaba vacío pero apolillado, pero por la calidad de las madera con el que fue fabricado mantenía la consistencia en los marcos, aparentemente esa visión le permitió recordar dónde se encontraban aquellas joyas, al menos eso me relató. Estaba en plena búsqueda, hasta que ingresó el guardián, momento en que Walter lo convenció que deseaba comprar ese antiguo ropero por haber sido suyo.

El vigilante no tuvo reparos en vendérselo, por ello gracias a ese descubrimiento pudo recuperar las supuestas joyas, aunque lamentablemente ya no podía entregárselos a “su hija”, la cual había fallecido a finales del siglo pasados, más o menos en las mismas fechas en que aparecieron los pensamientos de la dualidad.


Pero algo que me inquietó fue escuchar que había estado de paseo a la ciudad de Glasgow, en el Reino Unido, un antiguo pueblo escocés donde nació, ante lo cual pregunté: ¿no habías nacido en Barranco?, y Walter respondió que al parecer "se reencarnó en un barranquino", que era obvio en un miembro de su misma familia, y le tomó bastante tiempo en darse cuenta que al parecer era su bisabuelo, el padre de su abuela materna.

Entonces, le pregunté: ¿tu abuela materna es la heredera de las joyas?, y con una amplia sonrisa respondió que era de las pocas que podía entenderlo, que su esposa e hijos decían que estaba trastornado, a pesar de haberles enseñado aquellas joyas.

Me despedí felicitándolo, porque aquella presunción sobre la ubicación de las joyas que serían para su hija fue cierta, y en especial porque descubrió que aquella “hija” era en realidad su abuela.

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